jueves, 30 de octubre de 2008

Ilusión del No

Una sonrisa silenciosa hace eco en mi habitación, ya vacía de lo que solí ser. Queda plasmada en la pared, dando lugar a un nuevo brote de luz en la continua y odiada oscuridad. Crece al son de violines y trompetas, se expande por el gotelé, creando formas, formando imágenes que se proyectan en mis pupilas, o éstas se abren antes ellas, observando, como siempre lo han hecho. Reflejando la silueta de mis pestañas, que juguetean con las notas de la canción, que bailan, todas juntas, como si fuesen una.
Formas traviesas que se divierten, que van llenando las paredes y el suelo, alcanzando también el techo, al son de un vals, El Vals, y aceleran mi pulso, ellas y él, hasta sentir miedo de que el latido rompa mi cuerpo; porque se quiere unir a ellos, y no lo culpo.
Mis palabras ya no son lo que fueron, ya sólo quedan cenizas del fuego que acabó conmigo, o con parte de mí. Fueron el orgullo y la esperanza, siempre el primero con más fuerza, más presente, quienes me empujaron hacia adelante, devolviendo a mi mirada la picardía ya olvidada, la expectación apagada, haciendo que el brillo en mis pupilas se volviera tan intenso que temí helarme.
Frío.
Y es que ya viene, se acerca el invierno. Quizás sea esa la razón de mi inquietud y nerviosismo, de mis repentinas(e inusuales) ganas de sonreír. Tal vez sea el frío el que contraiga mis músculos, teniéndome así engañada en una ilusión de luz azul y guantes de lana. O simplemente el deseo, tan grande, ansia de acabar con todo para comenzar de cero, sin pautas ni recuerdos, sin palabras que ensombrezcan mi mirada. Estas ganas de borrar el pasado que me persigue, que me ataca en mis sueños; ganas de un no-futuro que no me impida vivir mi presente sin la sombra de la preocupación siempre en los talones, sin surcos morados que perfilan mis ojos, cada mañana dándome los buenos días. Sin lágrimas en la almohada.
Sueño con vivir un presente, mi presente, y lo demás, ya se verá.
Sin embargo, mis anhelos se hielan con este aire tan frío que ataca invisible y, en un descuido de la conciencia, caen al suelo de cristal. Un impacto perfecto, impecable, limpio, y todo se rompe, se resquebraja en mil y ún pedazos, mil y ún fragmentos de mí, mil y ún trocitos de hielo que se derriten, formando una lámina perfecta y brillante, espectante, acechante, en la cual me miro y no me veo. Se oscurece. El hielo fundido se filtra por los poros inexistentes de la superficie cristalina y la derrite, la arrastra con él(hielo traicionero), dejando ante mí sólo negrura, cantidades infinitas de agua, o no-agua, que esconden mis deseos en las profundidades inalcanzables.
Toda la luz que hubo en mí se pierde, la veo hundirse con las imágenes de mi presente y de mi no-futuro, pues los rayos del Sol son incapaces ya de atravesar una oscuridad tan intensa y poderosa.
Y mi cuerpo flota sobre el agua sin apenas rozarla, y mis ojos, pupilas dilatadas al máximo, que se encuentran con sus antipupilas en la superficie infinita. Y de nuevo sin poder evitarlo, una lágrima resbala y queda pendida de mis cansadas pestañas. No, no...por favor.
La caída parece eterna, y veo cómo golpea mi reflejo, provocando una deformación de mi imagen en el espejo líquido que es mi ya-no-felicidad. Visión cambiante, ondulante, borrosa.
Se pierde mi reflejo entre el sarcástico baile del agua, separándose y volviéndose a juntar, jugando a ser un puzle en el que las piezas ya no encajan.
Desaparece.
Y mi Yo escapa de mí para unirse a él, apagando mis pupilas heladas, secando mis lágrimas ardientes, deteniendo mi estúpido corazón.
Se hunde mi reflejo en la oscuridad de mi (corta) vida, unas aguas que asustan, aterran, creando sensación de vértigo en mi estómago, ansias de sucumbir junto a él, para no volver, para dejar de respirar y unirme a mi inacabado presente que reposa ahora en el fondo de una ilusión apagada.








~Tan acostumbrada a ser yo, que cuando no lo soy, no me echo de menos.

lunes, 13 de octubre de 2008

Jazmín

Que la flor se marchita sobre mi cama.
Hace poco, muy poco, era blanca, pura, nívea como una luz que ciega, como el paisaje de invierno. Y yo absorví su olor, su perfume, con ansia, casi necesidad, necesidad de saber que existe y que, por un momento, es perfecta, fue perfecta.
Y me he dejado llevar por la fragancia, ésa que tantas imágenes trae a mi mente, y me embriaga hasta el punto de marear, y de sentir náuseas.
Un asco repentino hacia todo y hacia nada en particular, hacia el mundo y hacia mí, que, como la flor, dejo la impecabilidad para llenarme de grietas que se extienden, creando vacío, vacío de alguien que fue, que es y, que, probablemente, será.
Que me hundo en una tiniebla imaginaria, que me pierdo en los túneles de mi memoria, descubriendo bosques que nunca pisé, árboles que nunca vi, y troncos escritos con mi nombre, y su nombre, que nunca antes había si quiera imaginado.
Que, paseando por los pasadizos entrelazados, oigo ruidos conocidos, y creo reconocerlos, y adivinarlos, pero no llego a escucharlos.

Y en mi mano descansa la flor de seis pétalos, blanca, delicada.
La he separado de las demás, a ella, por ser la más bonita, y ahora se pudre sobre mi colcha, mientras las otras permanecen quietas, colgadas, pacientes, pero vivas.
Que su perfección le ha costado la existencia.

Por un momento, me concentro en el ruido de fondo de mi pensamiento, y reconozco una canción, una voz que rompe con la realidad, que me lleva. Y al acabar, enlazo la música con el ritmo de mi respiración, algo cansada, forzada. Y escucho el crujir de mis zapatos al encontrarse con la tierra, granitos de arena escondidos entre los adoquines imperfectos.

Y la flor, ya arrugada, grisácea, marchita, le recuerda a las marcas en su cara, las de aquella mañana, restos de la noche en la que lloró, sin razón, o con ella...
¿Para qué llorar?Nadie le daba más razón que el silencio.
Sin embargo lloró, dejando marcas sobre la almohada, mirando a la oscuridad con ojos húmedos, gritando en silencio, y a veces no tan en silencio, buscando una luz entre el caos de sus sentimientos; un odio tan profundo que le oprime por dentro, se extiende, arrinconando al valor y a la esperanza, eliminando todo vestigio de tranquilidad, de seguridad.
Que todo está mezclado, pero hay luz, a veces hay luz, que te desnuda de mil corazas de terror, su terror.
Que el corazón sangra con mil heridas que nunca se curaron, que su cara se aburre de dibujar sonrisas cansadas, que sus ojos no aguantan con el peso de dolor.

Dejé de pensar, por un momento, para vivir, sentir, respirar, y con respirar hablo de inhalar tanto aire que sientes que rebientas, lo notas entrar y alcanzar cada una de las células de tu cuerpo, y escuchar cómo tu pulso acelera por un momento, para luego retomar su monótono ritmo.


La flor, ya muerta, la aterra, con su imagen de ausencia, de impotencia y debilidad. Ocupando su lugar junto a la almohada, describiendo su presente. La vida sólo es presente.


Sólo fue una flor del jazmín.



Pronto desaparecerá, y nada habrá cambiado...



"A veces se escapaba y se acercaba un momento a ver el mar, a respirar hondo, mirando al horizonte, aquel trazo azul que, sin saber por qué, le producía ganas de llorar."

lunes, 6 de octubre de 2008

Uno más

Cada mañana abre los ojos, que parecen pegados, párpados pesados, y mira el reloj de números rojos y brillantes para asegurarse de que es la hora. Se alegra si puede dormir otros 9 o 18 minutos. Siempre es mejor que sean 18, más tiempo para soñar.
Cuando es la hora, se sienta en la cama, con el corazón todavía acelerado por el brusco despertar, e inmediatamente mira por la ventana, que la espera con la persiana alzada y un leve atisbo de otro amanecer. "Amanezco antes que el Sol"- Suele pensar, mientras observa el cielo, las nubes y el mar, que nunca se alejan, aunque cada día le dan la bienvenida de una forma distinta. Hay veces, con suerte, en las que aún se aprecia un leve resplandor de la Luna, que ya se aleja, se esconde, para dar paso a otro tipo de luz, más amarilla.
Se levanta con pesadez y lentitud, dejando a un lado el edredón, amontonado a los pies de la cama. A veces hunde las manos y los brazos hasta tocar el borde de ésta, que ya está fresquito, y se queda unos segundos asimilando el nuevo día. Después, frente al espejo, observa sus ojos, todavía hinchados, medio cerrados. Suele pasar uno de sus dedos por debajo de ellos, perfilando las siempre presentes sombras que los acompañan. Hay días en los que apenas puede percibirlas, otros, en cambio, la asustan, debido a su intensidad.
Se moja la cara, con agua fría, intentando conseguir que el sueño huya del susto, pero siempre es tarea inútil.
Tras divagar minutos entre perchas y cajones, decide el aspecto que tendrá ese día, coloca algún que otro pelo rebelde de su cabeza, y, según el color de su ropa, elige uno de los botecitos de cristal sobre la estantería, ésos que viven apoyados en los lomos de los libros. 3 gotitas bastan.
De camino a la cocina mira de nuevo por la ventana; parece que hayan pasado horas, pues el cielo ya ha cambiado por completo. Como siempre, la recibe un "Buenos días, ¿qué tal has dormido?. Intenta responder con entusiasmo, no puede. Su cerebro aún no ha despertado del todo. Mecánicamente mete la taza, cada día una, en el microondas y marca un minuto. Mientras, prepara el bote de Nescafé, del negro, y una cucharita. "Ding!". 2 cucharadas, bueno, muchas veces son 2 y media, ya que piensa que sólo 2 no podrán con su cansancio.
Mientras remueve mira el reloj de la pared, ese que tiene frutas dibujadas en las esquinas. Las 8 menos cuarto, siempre marca la misma hora, y siempre piensa que debe darse más prisa.
Acaba la taza con rapidez, sintiendo el sabor amargo del café en la boca, y el calor bajando por su cuerpo, hasta el estómago.
Coge algo para comer en el instituto, sale de la cocina y al pasar por la puerta alcanza las llaves; si no están en el cacharrito, estarán en la puerta colgadas.
Se cepilla los dientes mientras intenta, fallidamente, colocar el caos de su habitación.
Acaba de cerrar los bolsillos de la mochila, busca una chaqueta, en la silla o en el armario, y se va hacia la puerta, no sin antes echar un último vistazo al espejo, para asegurarse de que está todo en orden.
Al salir, escucha desde dentro de la cocina una voz que dice: "Adiós, pásatelo bien."
"Sí, adiós", responde. Y se va.
Y de nuevo el camino de siempre, mismos escalones, y el cielo que ya deja ver su color habitual.
Con nubes o sin ellas, se fija en la construcción y en los obreros que parecen vivir ahí, siempre trabajando, ya activos antes de que ella salga de casa.
Mira el reloj, ese que tiene tantos colores, 5 minutos para las 8. Siempre consigue ir apurada.
A veces lee por la calle, otras, escucha música, y otras camina rápido, corriendo a veces, para no llegar demasiado tarde.

5 minutos más tarde atraviesa las rejas.


A veces busca una razón para pensar que no vive el mismo día una y otra vez, una y otra vez...








Le fascinaba seguir a la doncella mientras limpiaba su gabinete: la camilla ginecológica, los instrumentos de metal, resplandecientes y sobre todo, aquellos botes donde conservaba los fetos diminutos. Eran niños sin alma, los del limbo, los que no habían llegado a nacer y no habían sido librados del pecado original.