lunes, 17 de noviembre de 2008

Cajón...DeSastre; Mi hoy.




Huele a calor.
A radiador recién levantado tras un verano que parecía ya interminable.


Que miro al Hoy desde el Mañana, segura de haber vivido el intervalo que los separa.
La mente me traiciona con juegos de calendario y horarios inacabados.
Que hoy es jueves y mañana, miércoles.
Porque mi agenda va al contrario del mundo.
¿Qué le voy a hacer?


¿Y ahora?Me caigo, y me levanto.


¿Ahora lo ves? Es duro, ¿eh? Un golpe fuerte, como si te estamparas contra un cristal que no creías que estuviera ahí. Y deja morado, ya lo creo que sí. Pero se cura, poco a poco, la mancha va desapareciendo. Aunque la cicatriz, cada cierto tiempo, arde.






-No te imaginas la de veces que he pensado en hacer esto

-¿Esto?

-Sí, lo que estoy a punto de hacer ahora, aquí, contigo.



El Rojo me da fuerza, corrige mis errores antes de que estos sean escritos, o andados.
Mis palabras se guían demasiado por el reflejo de los que ya escribieron, o hablaron, oraron, dejando sus manchas en mis ojos- que ya no saben ver, sólo mirar. ¿Dónde está mi eso? ¿Lo mío? ¿Lo propio?
Tal vez nunca estuvo y nunca esté, mas me siento copia de lo demás, no encuentro la maleza sin pisar, todo está ya recorrido. Caminos que llevan a otros caminos, que se cruzan con más y más caminos, y me obligan a seguirlos sin opción a escapar. Dadme un respiro. Dejadme un pedazo de tierra sólo para mí.
Lo veo en mis sueños, sólo en ellos.
Es un lugar que conozco ya de memoria y con todo detalle, pero sigo sin encontrarlo, olvidándolo con cada amanecer.
Se parece mucho a una tierra que pisé,
...alguna vez.
Y no sé cómo volver.




Uno más...o uno menos, según como se mire.


Que te Jodan. SONRÍO POR DENTRO, a tu pesar.


ííííí!! LOCURA ORDENADA!!



Profanación, Exhumación, Perturbación...
¿de qué?
No sé, ¿de mí?
No. No vales tanto.
Ah, bueno.



Es increíblre lo rápido que pienso a veces. Sobre todo cuando estoy recién levantada, de uno de estos despertares bruscos e impactantes que aceleran el corazón. Y los nervios me recorren durante minutos larguísimos, y mi mente funciona muy, muy deprisa. Con tanta lógica y agudeza que me asusta( y fascina). Quisiera poder guardar todos esos pensamientos. Son tantos que así como llegan, se van.
Y el agua de la ducha hace que mis ojos se cierren incómodos. Y temo dormirme, así, nerviosa y desnuda, mientras el agua da un salto en mi nariz y su calor lucha contra el frío de la mañana; el campo de batalla, mi piel, que se estremece una y otra vez al son de mis ideas. Tirito bajo el calor del agua.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Un mimo, Noviembre.

Y ya con el estómago lleno, demasiado, quizás, nos despedimos como tantas otras veces: dos besos, sonrisa amable y deseo de suerte y bienestar, con un "nos veremos pronto" que da por finalizada la visita. Mis pasos crujen sobre la grava húmeda. Ha llovido y la sombra de los coches, que esperan pacientemente, metálicos, aburridos, es esta vez mas clara que la no-sombra.

Después llega el malestar ya tan frecuente, y el mimo se rinde una vez más, dejándose llevar por el sueño. "Que esta noche tengo que estar bien"- piensa.
Y ya de noche, llega rápido el día, y con la luz filtrándose traviesa y cotilla entre los huecos de la persiana, el mimo descansa en su cama, donde cada vez que cierra los ojos el mundo se le cae encima, casi literalmente.
Porque la magia se acabó dejando sólo el regusto amargo del alcohol en las papilas gustativas. Y martillos, miles de ellos, que golpean su cabeza como si quisieran romper el cráneo y machacar el cerebro, estúpido cerebro, que se asusta y busca refugio en el sueño, una y otra vez. Párpados cansados.
Sin embargo, y a pesar de todo, el mimo sonríe. Ya no con su sonrisa rayada y macabra, esa que tantas pesadillas había protagonizado en los sueños de su infancia, si no con una débil mueca de felicidad, débil a causa del miedo del cerebro a hacer ruido y que vuelvan los martillos. Shh..
Sonríe en la casi oscuridad de su habitación recordando, o imaginando recordar.
El frío de la noche colándose entre su ropa, causando estremecimiento, agradable añoranza.
Gotitas de agua, pequeñas, muy pequeñas, cayendo discretas, envidiosas de lo que pudiera pasar sin ellas, como espías escondiéndose entre los huecos de su pelo, para después unirse todas y resbalar hasta quedar pendidas de una punta, retando al vacío.
Un foco, o dos, alumbrando fuerte directamente a sus ojos, y a los demás pares de ojos pesentes, como soles de la noche.
Recuerda vasos de mil colores pasando por sus manos, risas, gritos, y más risas silenciadas por el murmullo abrumador del alcohol en su cabeza. Sonríe al acordarse del suelo resbaladizo, y sus pies, divertidos, deslizándose sobre él, haciendo carrera con otros que andaban, más o menos, igual de borrachos.
Un vaso perdido, y más sonrisas.
Hay tanto por recordar...
Su mente está cansada, de ese cansancio amargo e imcómodo, y su cuerpo pide a gritos el sueño, el único capaz de acallar el dolor y la angustia producidas por una noche llena de sobresaltos y "etanol".
Que en los sueños, el mimo nunca soltó su mano.
Vulnerable y agotado, el mimo, que ya no es mimo, duerme. Sus mejillas recuperan poco a poco el color perdido, sus músculos recobran fuerzas y sus ojos, ya limpios, curan el dolor de su cabeza, pestañas sanadoras, tranquilizadoras.
Y sus sombrero yace sobre la msea, espectante, preocupado...que si pudiera, llorarío por ella. Pero el mimo sonríe, esta vez sí.



De nuevo el deseo pudo conmigo, aprovechándose de la incapacidad de la razón, acallada por la fuerza del jugo del olvido. Me temo. Temo que llegue el día en que pierda todo dominio sobre mí y los caprichos de mi cuerpo me lleven a un lugar del que no pueda salir. Y lo temo porque me gusta. Me atrae dejarme llevar y actuar, por una vez, sin líneas en el suelo ni pautas frente a los ojos. Sintiendo que querer es poder y no encontrándo obstáculos en el camino, éste que aún me queda por visualizar. Y me encanta saber que soy capaz de traicionarme. Me fascina la idea de sorprenderme haciendo lo no-planeado, aunque luego me odie por eso, sabiendo que no me odio del todo. Sintiéndome orgullosa de haber dado un paso en falso, hundiendo mi pierna en el barro, una vez más. Pero me queda el consuelo de la lluvia, la que arrastra consigo la gruesa capa de mugre que queda adherida a mi pierna y, y la aleja de mí. Y así, sigo el camino, sin mirar atrás. Y en caso de hacerlo, siempre con una sonrisa en la cara.
Que el mimo sonríe, y esta vez, es de verdad.

-¿Y por qué sonríe el mimo?
- No sé muy bien. Quizás...porque es noviembre.

jueves, 30 de octubre de 2008

Ilusión del No

Una sonrisa silenciosa hace eco en mi habitación, ya vacía de lo que solí ser. Queda plasmada en la pared, dando lugar a un nuevo brote de luz en la continua y odiada oscuridad. Crece al son de violines y trompetas, se expande por el gotelé, creando formas, formando imágenes que se proyectan en mis pupilas, o éstas se abren antes ellas, observando, como siempre lo han hecho. Reflejando la silueta de mis pestañas, que juguetean con las notas de la canción, que bailan, todas juntas, como si fuesen una.
Formas traviesas que se divierten, que van llenando las paredes y el suelo, alcanzando también el techo, al son de un vals, El Vals, y aceleran mi pulso, ellas y él, hasta sentir miedo de que el latido rompa mi cuerpo; porque se quiere unir a ellos, y no lo culpo.
Mis palabras ya no son lo que fueron, ya sólo quedan cenizas del fuego que acabó conmigo, o con parte de mí. Fueron el orgullo y la esperanza, siempre el primero con más fuerza, más presente, quienes me empujaron hacia adelante, devolviendo a mi mirada la picardía ya olvidada, la expectación apagada, haciendo que el brillo en mis pupilas se volviera tan intenso que temí helarme.
Frío.
Y es que ya viene, se acerca el invierno. Quizás sea esa la razón de mi inquietud y nerviosismo, de mis repentinas(e inusuales) ganas de sonreír. Tal vez sea el frío el que contraiga mis músculos, teniéndome así engañada en una ilusión de luz azul y guantes de lana. O simplemente el deseo, tan grande, ansia de acabar con todo para comenzar de cero, sin pautas ni recuerdos, sin palabras que ensombrezcan mi mirada. Estas ganas de borrar el pasado que me persigue, que me ataca en mis sueños; ganas de un no-futuro que no me impida vivir mi presente sin la sombra de la preocupación siempre en los talones, sin surcos morados que perfilan mis ojos, cada mañana dándome los buenos días. Sin lágrimas en la almohada.
Sueño con vivir un presente, mi presente, y lo demás, ya se verá.
Sin embargo, mis anhelos se hielan con este aire tan frío que ataca invisible y, en un descuido de la conciencia, caen al suelo de cristal. Un impacto perfecto, impecable, limpio, y todo se rompe, se resquebraja en mil y ún pedazos, mil y ún fragmentos de mí, mil y ún trocitos de hielo que se derriten, formando una lámina perfecta y brillante, espectante, acechante, en la cual me miro y no me veo. Se oscurece. El hielo fundido se filtra por los poros inexistentes de la superficie cristalina y la derrite, la arrastra con él(hielo traicionero), dejando ante mí sólo negrura, cantidades infinitas de agua, o no-agua, que esconden mis deseos en las profundidades inalcanzables.
Toda la luz que hubo en mí se pierde, la veo hundirse con las imágenes de mi presente y de mi no-futuro, pues los rayos del Sol son incapaces ya de atravesar una oscuridad tan intensa y poderosa.
Y mi cuerpo flota sobre el agua sin apenas rozarla, y mis ojos, pupilas dilatadas al máximo, que se encuentran con sus antipupilas en la superficie infinita. Y de nuevo sin poder evitarlo, una lágrima resbala y queda pendida de mis cansadas pestañas. No, no...por favor.
La caída parece eterna, y veo cómo golpea mi reflejo, provocando una deformación de mi imagen en el espejo líquido que es mi ya-no-felicidad. Visión cambiante, ondulante, borrosa.
Se pierde mi reflejo entre el sarcástico baile del agua, separándose y volviéndose a juntar, jugando a ser un puzle en el que las piezas ya no encajan.
Desaparece.
Y mi Yo escapa de mí para unirse a él, apagando mis pupilas heladas, secando mis lágrimas ardientes, deteniendo mi estúpido corazón.
Se hunde mi reflejo en la oscuridad de mi (corta) vida, unas aguas que asustan, aterran, creando sensación de vértigo en mi estómago, ansias de sucumbir junto a él, para no volver, para dejar de respirar y unirme a mi inacabado presente que reposa ahora en el fondo de una ilusión apagada.








~Tan acostumbrada a ser yo, que cuando no lo soy, no me echo de menos.

lunes, 13 de octubre de 2008

Jazmín

Que la flor se marchita sobre mi cama.
Hace poco, muy poco, era blanca, pura, nívea como una luz que ciega, como el paisaje de invierno. Y yo absorví su olor, su perfume, con ansia, casi necesidad, necesidad de saber que existe y que, por un momento, es perfecta, fue perfecta.
Y me he dejado llevar por la fragancia, ésa que tantas imágenes trae a mi mente, y me embriaga hasta el punto de marear, y de sentir náuseas.
Un asco repentino hacia todo y hacia nada en particular, hacia el mundo y hacia mí, que, como la flor, dejo la impecabilidad para llenarme de grietas que se extienden, creando vacío, vacío de alguien que fue, que es y, que, probablemente, será.
Que me hundo en una tiniebla imaginaria, que me pierdo en los túneles de mi memoria, descubriendo bosques que nunca pisé, árboles que nunca vi, y troncos escritos con mi nombre, y su nombre, que nunca antes había si quiera imaginado.
Que, paseando por los pasadizos entrelazados, oigo ruidos conocidos, y creo reconocerlos, y adivinarlos, pero no llego a escucharlos.

Y en mi mano descansa la flor de seis pétalos, blanca, delicada.
La he separado de las demás, a ella, por ser la más bonita, y ahora se pudre sobre mi colcha, mientras las otras permanecen quietas, colgadas, pacientes, pero vivas.
Que su perfección le ha costado la existencia.

Por un momento, me concentro en el ruido de fondo de mi pensamiento, y reconozco una canción, una voz que rompe con la realidad, que me lleva. Y al acabar, enlazo la música con el ritmo de mi respiración, algo cansada, forzada. Y escucho el crujir de mis zapatos al encontrarse con la tierra, granitos de arena escondidos entre los adoquines imperfectos.

Y la flor, ya arrugada, grisácea, marchita, le recuerda a las marcas en su cara, las de aquella mañana, restos de la noche en la que lloró, sin razón, o con ella...
¿Para qué llorar?Nadie le daba más razón que el silencio.
Sin embargo lloró, dejando marcas sobre la almohada, mirando a la oscuridad con ojos húmedos, gritando en silencio, y a veces no tan en silencio, buscando una luz entre el caos de sus sentimientos; un odio tan profundo que le oprime por dentro, se extiende, arrinconando al valor y a la esperanza, eliminando todo vestigio de tranquilidad, de seguridad.
Que todo está mezclado, pero hay luz, a veces hay luz, que te desnuda de mil corazas de terror, su terror.
Que el corazón sangra con mil heridas que nunca se curaron, que su cara se aburre de dibujar sonrisas cansadas, que sus ojos no aguantan con el peso de dolor.

Dejé de pensar, por un momento, para vivir, sentir, respirar, y con respirar hablo de inhalar tanto aire que sientes que rebientas, lo notas entrar y alcanzar cada una de las células de tu cuerpo, y escuchar cómo tu pulso acelera por un momento, para luego retomar su monótono ritmo.


La flor, ya muerta, la aterra, con su imagen de ausencia, de impotencia y debilidad. Ocupando su lugar junto a la almohada, describiendo su presente. La vida sólo es presente.


Sólo fue una flor del jazmín.



Pronto desaparecerá, y nada habrá cambiado...



"A veces se escapaba y se acercaba un momento a ver el mar, a respirar hondo, mirando al horizonte, aquel trazo azul que, sin saber por qué, le producía ganas de llorar."

lunes, 6 de octubre de 2008

Uno más

Cada mañana abre los ojos, que parecen pegados, párpados pesados, y mira el reloj de números rojos y brillantes para asegurarse de que es la hora. Se alegra si puede dormir otros 9 o 18 minutos. Siempre es mejor que sean 18, más tiempo para soñar.
Cuando es la hora, se sienta en la cama, con el corazón todavía acelerado por el brusco despertar, e inmediatamente mira por la ventana, que la espera con la persiana alzada y un leve atisbo de otro amanecer. "Amanezco antes que el Sol"- Suele pensar, mientras observa el cielo, las nubes y el mar, que nunca se alejan, aunque cada día le dan la bienvenida de una forma distinta. Hay veces, con suerte, en las que aún se aprecia un leve resplandor de la Luna, que ya se aleja, se esconde, para dar paso a otro tipo de luz, más amarilla.
Se levanta con pesadez y lentitud, dejando a un lado el edredón, amontonado a los pies de la cama. A veces hunde las manos y los brazos hasta tocar el borde de ésta, que ya está fresquito, y se queda unos segundos asimilando el nuevo día. Después, frente al espejo, observa sus ojos, todavía hinchados, medio cerrados. Suele pasar uno de sus dedos por debajo de ellos, perfilando las siempre presentes sombras que los acompañan. Hay días en los que apenas puede percibirlas, otros, en cambio, la asustan, debido a su intensidad.
Se moja la cara, con agua fría, intentando conseguir que el sueño huya del susto, pero siempre es tarea inútil.
Tras divagar minutos entre perchas y cajones, decide el aspecto que tendrá ese día, coloca algún que otro pelo rebelde de su cabeza, y, según el color de su ropa, elige uno de los botecitos de cristal sobre la estantería, ésos que viven apoyados en los lomos de los libros. 3 gotitas bastan.
De camino a la cocina mira de nuevo por la ventana; parece que hayan pasado horas, pues el cielo ya ha cambiado por completo. Como siempre, la recibe un "Buenos días, ¿qué tal has dormido?. Intenta responder con entusiasmo, no puede. Su cerebro aún no ha despertado del todo. Mecánicamente mete la taza, cada día una, en el microondas y marca un minuto. Mientras, prepara el bote de Nescafé, del negro, y una cucharita. "Ding!". 2 cucharadas, bueno, muchas veces son 2 y media, ya que piensa que sólo 2 no podrán con su cansancio.
Mientras remueve mira el reloj de la pared, ese que tiene frutas dibujadas en las esquinas. Las 8 menos cuarto, siempre marca la misma hora, y siempre piensa que debe darse más prisa.
Acaba la taza con rapidez, sintiendo el sabor amargo del café en la boca, y el calor bajando por su cuerpo, hasta el estómago.
Coge algo para comer en el instituto, sale de la cocina y al pasar por la puerta alcanza las llaves; si no están en el cacharrito, estarán en la puerta colgadas.
Se cepilla los dientes mientras intenta, fallidamente, colocar el caos de su habitación.
Acaba de cerrar los bolsillos de la mochila, busca una chaqueta, en la silla o en el armario, y se va hacia la puerta, no sin antes echar un último vistazo al espejo, para asegurarse de que está todo en orden.
Al salir, escucha desde dentro de la cocina una voz que dice: "Adiós, pásatelo bien."
"Sí, adiós", responde. Y se va.
Y de nuevo el camino de siempre, mismos escalones, y el cielo que ya deja ver su color habitual.
Con nubes o sin ellas, se fija en la construcción y en los obreros que parecen vivir ahí, siempre trabajando, ya activos antes de que ella salga de casa.
Mira el reloj, ese que tiene tantos colores, 5 minutos para las 8. Siempre consigue ir apurada.
A veces lee por la calle, otras, escucha música, y otras camina rápido, corriendo a veces, para no llegar demasiado tarde.

5 minutos más tarde atraviesa las rejas.


A veces busca una razón para pensar que no vive el mismo día una y otra vez, una y otra vez...








Le fascinaba seguir a la doncella mientras limpiaba su gabinete: la camilla ginecológica, los instrumentos de metal, resplandecientes y sobre todo, aquellos botes donde conservaba los fetos diminutos. Eran niños sin alma, los del limbo, los que no habían llegado a nacer y no habían sido librados del pecado original.

martes, 23 de septiembre de 2008

Delirio

Me encuentro de nuevo rodeada de palabras, torres y torres de oraciones complejas, de metáforas ardientes, de anáforas y catáforas luchando por ser distinguidas entre la multitud de letras y párrafos que inundan hojas y hojas, libros y fotocopias, y, de vez en cuando, una cara dibujada en blanco y negro, un señor con barba y gafitas, de esas sin patillas, que según el texto adjunto, descubrió algo importante; ya da lo mismo.
Ha vuelto el dolor, de nuevo el corazón late en la sien, pum, pum, y mi ojo tiembla por dentro, se nubla la vista, las letras se superponen unas con otras, formando una mancha ilegible, un poco de tinta esparcida sobre el níveo papel.
Busco en mis bolsillos, si no recuerdo mal, fue donde guardé el bote. No, no está, mierda. ¿Dónde diablos lo puse? Tanteo frenéticamente de nuevo mi ropa, con desesperación, y después paso a la mesa. Comienzo a mover hojas y carpetas, algunas de ellas caen al suelo, no importa. Necesito encontrarlo, el bote.
Sigo la búsqueda y entonces aparece, escondido entre un estuche y la pared, parece que se escondiera de mí. Lo aferro fuertemente y lo agito, aún quedan unas cuantas. Abro la tapa con torpeza, pues mis manos tiemblan, y deposito dos de las cápsulas rojas y blancas sobre mi mano. Acto seguido, las lanzo a mi boca y, con un guiño de los ojos, trago. No hay agua cerca.
Respiro hondo, hasta que siento que se han alejado de la garganta, y prosigo con mi trabajo.
No hay ventanas en esta habitación, por lo que no tengo noción del tiempo, no sé si el Sol ya salió o si todavía no se escondió. Sólo sé que al cabo de un tiempo, después de revisar innumerables documentos que hablaban sobre temas que, en el momento entendí, pero que ahora apenas recuerdo, abro los ojos y lo veo todo de lado. Me he dormido. Ni siquiera recuerdo haberme sentido cansada, pero me he dormido.
El fuego ha vuelto sobre mis ojos. Saco el bote del bolsillo y lo agito de nuevo, un movimiento ya demasiado rutinario para evitarlo. "clic, clic, clic". Bien, todavía quedan.
Otras dos, y esa fuerza para tragar.
Miro el montón que aún me queda por revisar, parece tan alto como el edificio ese...ese que dicen que es el más alto del mundo. En fin, cojo otro montón de folios y apoyo el brazo sobre ellos. No me habia dado cuenta de que el bolígrafo todavía estaba en mi mano. Lo suelto y me miro los dedos, el corazón esta rojo, muy rojo. Tengo manchas de tinta en las yemas, parecen las huellas de un crimen cometido hace siglos, que aún permanecen.
Continúo escribiendo, copiando, leyendo, subrayando...
Y otras dos.
Al finalizar un texto, hablaba de algo relacionado con antropogénesis y divinidades, suelto el bolígrafo, que rueda hasta quedar en equilibrio, mitad fuera, mitad dentro de la mesa."Un milímetro más y cae"-Pienso.
Me quedo mirando fijamente la pared de en frente, vacía, rota en algunos lados, con grietas en las esquinas.
¿Dónde estoy? ¿Y por qué tengo tanto trabajo por delante? ¿Cuánto tiempo llevo aquí, sin comer ni beber, sin respirar aire que no estuviera contaminado de oscuridad, sin ver la luz del Sol?
En un arrebato de rabia contenida(o locura, como gustes), arraso la mesa con ambos brazos, provocando una avalancha de papel y palabras que cae con gran estruendo sobre el suelo de piedra. Jamás creí que simples letras pudieran causar tanto ruido.
Ahora era yo, una pared vacía, una mesa desolada y una bombilla desnuda en el centro de la habitación.
Como por instinto, busco en mi bolsillo, de nuevo, y saco el bote. Lo dejo en el centro exacto de la mesa(siempre he sido muy maniática para esas cosas) y me reclino sobre el respaldo de la silla.
Lo miro.Siento como si él también me mirase a mí.No alcanzo a leer las letras de la etiqueta, pero las recuerdo de memoria: "Se recomienda no ingerir más de 2 cápsulas por vez. Puede causar efectos irreversibles."
"Efectos irreversibles..." Esas dos palabras hacen eco en mi mente.
Me abalanzo sobre el bote y lo abro, miro en el interior. Olvidé agitarlo. Sólo quedan 6, o 7, no se ve bien. Podría aguantar otros 2 días con ellas, pero, ¿y si no consiguiera más para entonces?
No aguanto, vuelco el bote sobre la mesa, haciendo que las cápsulas rueden sobre ésta. Las coloco en fila, rojo con rojo, blanco con blanco.
Sólo dos cada vez, es lo recomendado.
Pongo dos en mi mano y me las trago.
A los pocos minutos me levanto, nerviosa, y camino alrededor de la mesa, mirando las 5 cápsulas restantes. Sólo son 5, tampoco puede pasar nada.
Sólo dos cada vez, recuerdo..."Efectos irreversibles."
Me siento de nuevo, apoyo los codos sobre la mesa y dejo la cabeza descansar en las manos. Alzo la mirada, sólo unos grados, y ahí estan, inmutables, desafiantes.
Alcanzo una con el dedo y la hago rodar hasta mí. Jugueteo con ella, y, cuando me doy cuenta, ya la he depositado en mi boca.
Pienso en escupirla. Trago fuerte.
El resto no recuerdo bien como sucedió, quedaban 4, luego sólo 2...
Ahora mi mente vaga por la habitación, fijándose de vez en cuando en las hojas muertas esparcidas por el suelo. Ya no distingo las letras.
Pienso en el dolor de cabeza, aquél que me atormentaba y me causaba delirio. Creo que ya no está, aunque el mareo que siento es tan fuerte que es capaz de apagar cualquier otro sentimiento o sensación.
Lo úinco que sé es que me encuentro perdida en un cuarto sin salida, y ellas me esperan, sé que no voy a evitarlas, sé que no quiero hacerlo.
Simplemente trato de retrasar el momento.
No merece la pena.
Las tomo en la mano, y las miro...rojo, blanco, blanco, rojo.
Sin pensarlo más, las lanzo contra mi boca, que las para con la lengua y las coloca inmediatamente, mecánicamente, rutinariamente, para despues tragarlas rápidamente. Las últimas.
Es entonces cuando se abre una puerta, jamás pensé que existiera tal, pues estaba perfectamente disimulada con las imperfecciones de la pared.
Veo la luz del día, que me deslumbra, me ciega, y caigo. Mi cuerpo se desploma sobre la montaña de letras y papel que hacía poco, muy poco, me había llenado la mente.
Ahora sólo hay luz.







Creo que es un deseo bastante corriente, el de volar.



...Seguido por un séquito de veinte incondicionales putas francesas decididas a ser emperatrices de ninguna parte.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Enchuf!

Otro concierto.
Y de nuevo esa emoción interna, ganas de sonreir, de gritar, de saltar.
Miradas interrogantes, expectantes, unas notas, y entonces una sonrisa de: ahh, claro!
A la primera fallamos...
Poco a poco va subiendo la temperatura del ambiente, o tal vez soy yo, que mi cuerpo arde por dentro. Sin embargo, parece que todo el mundo vive lo mismo que yo, sus caras brillan, y no es por las luces.
Durante un tiempo, no sé cuánto pasó, una vez estás ahí, el tiempo exterior no cuenta, tu alrededor forma parte ahora de otro mundo, vivimos juntos la música, todos en uno, algunos más que otros, pero en todas las cabezas presentes sonaban las notas y estoy segura de que a más de uno se le movía involuntariamente un pie inquieto al ritmo de la batería.
Después, tras la espera, el miedo. ¿Miedo?Bueno, sí. Al principio sí.
- Sólo llevo tres...
-Dios, vamos a morir!
Y durante el viaje, a parte de llevar al dios del viento con nosotros, por nuestra cara pasaron muchas sonrisas nerviosas.Tu flequillo con vida propia. Un bache fuerte, y mi cabeza casi aplastada, otro bache fuerte más, y de nuevo lo mismo. Venga, ya queda menos...
Y finalmente nos bajamos.


Todavía lo escucho: But if you don't see, if you just believe...








Buenas noches. No, mejor, buenos días.