miércoles, 29 de septiembre de 2010

El Cuadro

Al detalle y con delicadeza, buscando verle sonreír, se dispuso a dibujar el cuadro que años después le llevaría a la gloria. Empezó, como todo, por el principio, montando una estructura de madera, roble, por ser exactos, que él mismo había talado dos días antes en el bosque que había cerca de la cabaña. Había dejado la madera junto a la ventana para que durante la noche la luna la bañara y el olor del jazmín se impregnara en cada poro de los tocones. De ese modo, al amanecer, se levantó con una energía nueva y, tras desayunar un pedazo de pan con queso y un vaso de vino especiado, inició la tarea. Los cortes los realizó con sumo cuidado, tratando de evitar que se astillase el material, portando las varas como si de objetos de cristal se tratasen. Todo debía salir perfecto. Una vez cortados, los lijó suavemente con un pedazo de cuero bien curtido, de forma que fuese imposible dañar la madera. Entonces los unió con clavos, despacio, sin prisa, puesto que bien había aprendido de su maestro que la paciencia hace que todo lo que pueda salir bien, salga bien; que las prisas hacen a uno precipitarse a realizar las cosas inconscientemente y probalemente, equívocamente.
Al atardecer se vio con el rectángulo de madera montado, sencillo pero elegante. Incluso advirtió algún destello de brillo en la madera pulida, reflejando los últimos rayos del sol de invierno.
Sintiéndose satisfecho por su trabajo, se preparó una cena discreta, consistente en un cuenco con guiso de cerdo y patatas, acompañado de cebolla asada, tomillo y menta, y una jarra de agua bien fría recogida del arroyo que atravesaba el bosque. Tras rasguear durante un par de horas las cuerdas de su viejo laúd, se quedó dormido en el lecho que había situado junto al hogar, donde aún brillaban las brasas de lo que había sido un vivo fuego.
Despertó con el sol, y rápidamente se puso en marcha.
Lo siguiente a hacer era colocar el lienzo y tensarlo. La tela la había coseguido dos semanas antes en el mercado que se montaba de forma mensual en el pueblo. Le encantaban los días de mercado, cuando todo el mundo salía a la calle, montaba sus puestos, compraba, vendía. Podías disfrutar de todo tipo de visiones y aromas, desde las deliciosas tortas de mantequilla de la señora Gibbs hasta el penetrante olor a clavos y pimienta procedente del puesto de especias. Adoraba observar todo tipo de objetos y artilugios que los mercaderes traían de tierras lejanas, y de vez en cuando se dejaba llevar por uno de ellos y lo adquiría para luego descubrir sus misterios con calma bajo la luz de las velas. Lo último que había comprado era un montaje de lentes y poleas que, al accionarlas, te permitía regular el aumento con que querías observar algún objeto de tamaño reducido. Nunca supo emplearlo con destreza, pero le gustaba diferenciar los detalles de las flores y los insectos. Aquél día en el mercado se había retractado de detenerse en todos los puestos que le llamaban la atención, pues debía lograr comprar el lienzo de mejor calidad, y éste no era muy abundante, por lo que rápido se acababa. Fue directo a la parada, donde Robert, el tendero, ya animaba a los paseantes a comprar sus telas y lanas. Tras discutir unos minutos acerca del precio, consiguió lo que buscaba, un lienzo lo bastante grande como para plasmar la idea que llevaba en mente.
De ese modo, aquella mañana la dedicó a ir clavando poco a poco la tela contra la madera, con cuidado de que quedase perfectamente alineada, tensando sin excederse, aplicando pinzas de soporte que le permitían realizar el trabajo con mayor soltura. Fue una tarea difícil, pues la tela se resistía a quedar lisa, pero poco a poco lo logró. Cada clavo quedó justamente en el centro de los dos contiguos, de forma que formaban una linea recta a lo largo del listón de madera, sujetando fiememente el blanco tejido.
Y ahí estaba, frente a su incipiente obra, que ya se alzaba majestuosa en el centro de la salita, reflejando la luz hasta deslumbrar, todo estaba preparado.
Cogió el pincel, se concentró, pensó en ella, y marcó el primer trazo.





En Chipping Norton compraron hidromiel y prepararon otra serie de Panacea, reponiendo la lucrativa provisión.
-Cuando muera y haga cola ante las puertas -dijo Barber-, San Pedro preguntará: "¿Cómo te ganaste el pan?" "Yo fui campesino", podrá decir un hombre o "Fabriqué botas a partir de pieles". Pero yo responderé: "Fumum vendidi" -dijo jovialmente el antiguo monje, y Rob se sintió con fuerzas para traducir del latín:
-"Vendía humo".

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